Tuesday, August 5, 2014

13 DE AGOSTO DORMICION DE LA VIRGEN MARIA Nº2

DORMICION DE LA VIRGEN MARIA
 
SOR MARIA DE JESUS DE AGREDA
 
El hábito hizo a la monja Hija de Francisco Coronel y Catalina de Arana, María nació en 1602 en la soriana villa de Ágreda. Su madre, mujer muy devota, había dado a luz a once hijos, de los que solo cuatro sobrevivieron. Esto reforzó su piedad hasta el límite de haber iniciado, cuando María era una niña, una serie de experiencias místicas que culminaron en el encargo divino de abandonar la vida seglar, junto a toda su familia, y consagrar su propia casa a la devoción. Convenció a su marido e hijos de que tomaran el hábito franciscano, mientras que ella y sus dos hijas decidieron profesar en el convento de la Concepción que habían erigido en su casa.
 
En febrero de 1620 María Coronel pronunció los sagrados votos y se convirtió en sor María de Jesús. Desde entonces y hasta su muerte no conoció otro espacio que el delimitado por la clausura de su hogar. No obstante, no debemos imaginar a las religiosas de aquella época aisladas completamente en sus celdas. Además de que, en muchas ocasiones, la clausura era vulnerada por devotos y personas de confianza de la comunidad, algunas monjas mantenían una fluida correspondencia con el exterior, lo que les proporcionaba un conocimiento del mundo mucho mayor de lo que a primera vista pudiera parecer. Pero, al margen de este factor, una serie de elementos peculiares marcó desde muy pronto el nuevo cenobio de María de Ágreda.
 
En éxtasis Efectivamente, si bien desde pequeña María había despertado la admiración de propios y extraños por su vigorosa devoción, fue a partir de su retiro conventual cuando comenzó a sufrir una serie de arrebatos místicos que le proporcionaron gran fama en la región. Al amparo de esas experiencias, tanto la monja como el monasterio se fueron convirtiendo en el foco de atención no solo de los lugareños sino también de una nutrida nobleza amante de tales novedades, siguiendo los modelos de piedad barroca. Así, sor María expandió su marco de actuación y empezó a relacionarse con un amplio grupo de aristócratas, entre los que destacaba con fuerza la familia aragonesa de los Borja.
 
Los encuentros místicos llegaron a tales excesos (según ella misma relató, más de mil arrobos o éxtasis en tres años) que la propia orden concepcionista tomó cartas en el asunto reformando el recién creado convento y dificultando el acceso de personas ajenas a la celda de sor María. Pero para entonces la fama ya estaba creada; Ágreda se transformó en un centro de peregrinación e inició un intercambio de correspondencia sorprendente, si tenemos en cuenta que se pretendía ajena a toda vanidad mundana.
 

Por si eso fuera poco, también fue por esas fechas cuando se produjo un asombroso fenómeno discutido hasta nuestros días: el de su bilocación, es decir, su habilidad de estar en dos lugares a la vez. Según los defensores de la monja (declarada venerable por Roma y en espera de un proceso de canonización), sor María, sin salir de su convento soriano, era vista por los indios de Nuevo México, a los que animaba a recibir los bienes espirituales que los franciscanos pronto les iban a proporcionar. Varios religiosos vinieron a España desde Indias contando aquellas extrañas apariciones y sus relatos llegaron a oídos de los consejos, el rey y la propia Inquisición, que inició una investigación. Aunque para entonces sor María, ya abadesa de su convento, se había adentrado en otra de sus aficiones favoritas: la literature.
 
 
Sor María de Jesús está considerada dentro de las primeras escritoras españolas, tanto en el campo de la mística como en la literatura. En  el año 1726, la Real Academia Española incluyó a Sor María en el primer Diccionario de Autoridades. A decir de Emilia Pardo Bazán: “La Venerable de Ágreda merece figurar entre nuestros clásicos por la limpieza, fuerza y elegancia de la dicción; entre nuestros teólogos por la copia y alteza de la doctrina; entre nuestros escriturarios por la lucidez de la interpretación.”
 
Sor María de Jesús de Ágreda, fue una de las grandes figuras del siglo XVII, el llamado “Siglo de Oro del Barroco"; un siglo también marcado por la decadencia y la crisis generalizada, de la cual España no escapó.  Sin embargo, esto no fue obstáculo para que el Señor Dios hiciera su obra en la Madre Ágreda.
 
 
Esta mujer humilde, sencilla, tímida, de escasos estudios; llegaría a ser con el tiempo: consejera de grandes figuras, entre ellas el rey Felipe IV; evangelizadora sin salir de su convento; mística, abadesa, gran escritora, su obra más conocida es la Mística Ciudad de Dios, en la que narra la historia de la vida de la Virgen María; también escribió otras obras, como su Autobiografía, El Jardín Espiritual, Las Sabatinas, una especie de diario espiritual, y otras tantas obras más.
 
Pero, Sor María de Jesús de Ágreda fue, sobre todo, una mujer enamorada de Dios; en toda su vida lo único que deseaba era hacer lo agradable a los ojos del Señor Altísimo, y para esto la Virgen María, en su misterio de la Inmaculada Concepción sería su modelo a seguir. Diría Sor María a la Virgen: “Madre, Señora y dueña mía, mándame como reina, enséñame como maestra, corrígeme como Madre.” 
 

Hacer la voluntad de Dios era su delicia y para esto se serviría de las doctrinas que le daba la Virgen María al escribir la Mística Ciudad de Dios. Otra manifestación de su gran amor a Dios era su amor al prójimo y de ahí su gran preocupación de que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad ” (1 Tm 2,4 ) 
 
Invitamos a todos los que navegan por esta Página Web de Sor María de Jesús de Ágreda, a que conozcan la figura de está mujer excepcional y se dejen cautivar por sus encantos, pero, sobre todo, se enamoren de su gran amor a Dios,  a María Inmaculada y de su amor a los prójimos, especialmente, de los más necesitados de la tierra.
 
 
LA DORMICION DE MARIA
Título de la obra:
"Historia Divina, y vida de la Virgen Madre de Dios, Reina, y Señora Nuestra María Santísima, Restauradora de la culpa de Eva, y Medianera de la Gracia".
 
"Quien llegare a entender —si por dicha lo entendiere alguno—que una mujer simple, por su condición la misma ignorancia y flaqueza y por sus culpas más indigna; en estos últimos siglos, cuando la santa Iglesia nuestra madre está tan abundante de maestros y varones doctísimos, tan rica de la doctrina de los santos padres y doctores sagrados; y en ocasión tan importuna, cuando debajo del santo celo de las personas prudentes y sabias se hallan las que siguen vida espiritual turbadas y mareadas y este camino mirado del mundo como sospechoso y el más peligroso de todos los de la vida cristiana; pues quien en tal coyuntura considerare a secas y sin otra atención ue una mujer como yo se atreve y determina a escribir cosas divinas y sobrenaturales, no me causara admiración si luego me condenare por más que audaz, liviana y presuntuosa; si no es que en la misma obra y su conato halle encerrada la disculpa, pues hay cosas tan altas y superiores para nuestros deseos y tan desiguales a las fuerzas humanas que el emprenderlas o nace de falta de juicio o se mueve con virtud de otra causa mayor y más ponderosa". (Sor María de Jesús de Ágreda)
 
Al conmemorarse el día 13 de agosto el maravilloso Tránsito de la Bienaventurada Virgen María, deseamos ilustrar a nuestros lectores sobre este misterio mariano con base en la célebre obra «Mística Ciudad de Dios» de la venerable Sor María de Jesús de Ágreda. Tres años antes del glorioso tránsito de María Santísima a los Cielos, Dios envió al arcángel San Gabriel con una nueva embajada, para darle aviso a su Hija predilecta del tiempo exacto que le restaba de vida.
 
 
Y al oír que pronto terminaría su larga peregrinación y destierro en este mundo, respondió con las mismas palabras que en la encarnación del Verbo: Ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum verbum tuum — “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (cf. Lc. 1, 38)

Unos días después la Virgen María comunicó el hecho al evangelista San Juan, quien a su vez se lo trasmitió a Santiago el Menor, que como obispo de Jerusalén estaba incumbido por San Pedro de asistir al cuidado de la Madre de Dios. Con el transcurso del tiempo San Juan —que al pie de la cruz había recibido del Señor a la Virgen por Madre— no podía ya disimular ni ocultar la inmensa pena que sentía. Con lo cual, antes de que sucediese, se comenzó a divulgar y llorar su próxima partida.
 
En ningún tiempo ni ocasión se halló frustrada la esperanza de los que en la gran Madre de la gracia la buscaron. Siempre remedió y socorrió a todos cuantos no resistieron a su amorosa clemencia; pero en los últimos dos años de su vida, ni se pueden contar ni ponderar las maravillas que hizo en beneficio de los mortales, por el gran concurso que de todo género de gentes la frecuentaban.
 
Confirmaba a todos en el temor de Dios, en la fe y obediencia a la Iglesia santa y como Tesorera única de las riquezas de la divinidad y de la vida y muerte de su Hijo santísimo, quiso distribuirlas con dadivosa misericordia antes de su muerte.
 

Dios quiere que imitemos a María Santísima en todo. Y así como Ella se dispuso para la hora de la muerte, cuando tengamos alguna certeza de que se aproxima para nosotros, cualquier plazo nos debiera parecer corto para asegurar el negocio de nuestra salvación eterna. Nadie tuvo tan seguro el premio como María; y sin embargo se le dio tres años antes el aviso de su muerte. Y Ella se dispuso y preparó, como criatura mortal y terrena, con el temor santo que se debe tener en esa hora.
 

Entre los absurdos y falacias que los demonios han introducido en el mundo, ninguno es mayor ni más pernicioso que olvidar la hora de la muerte y lo que en el justo juicio del riguroso Juez les ha de suceder.
 
 

Eterna juventud, gracia y devoción de María Santísima
Acerca de la apariencia que por entonces tenía la Santísima Virgen, comenta la madre Ágreda: La disposición natural de su sagrado y virginal cuerpo y rostro era la misma que tuvo de treinta y tres años; porque desde aquella edad nunca hizo mudanza del natural estado, ni sintió los efectos de los años ni de la senectud o vejez, ni tuvo arrugas en el rostro ni en el cuerpo, ni se le puso más débil, flaco o magro, como sucede a los demás hijos de Adán, que con la vejez desfallecen y se desfiguran de lo que fueron en la juventud o edad perfecta.
 
Entre las maravillas que hizo el Señor con la beatísima Madre en estos últimos años, una fue manifiesta, no sólo al evangelista San Juan, sino a muchos fieles. Y esto fue que, cuando comulgaba, la gran Señora quedaba por algunas horas llena de resplandores y claridad tan admirable que parecía estar transfigurada y con dotes de Gloria.
 
Antes de su partida quiso nuestra piadosa Reina visitar por última vez los Santos Lugares. En cada estación lo hizo con abundantes y dulces lágrimas, con memorias lastimosas de lo que padeció su Hijo y fervientes operaciones y admirables efectos, con clamores y peticiones por todos los fieles que llegasen con devoción y veneración a aquellos sagrados Lugares por todos los futuros siglos de la Iglesia. En el monte Calvario se detuvo más tiempo, pidiendo a su Hijo santísimo la eficacia de la muerte y redención que obró en aquel lugar.
 
 
La Virgen se despide de la Iglesia

Con el beneplácito del Señor, se despidió luego de la Iglesia con estas dulces palabras: Iglesia santa y católica, que en los futuros siglos te llamarás romana, madre y señora mía, tesoro verdadero de mi alma, tú has sido el consuelo único de mi destierro; tú el refugio y alivio de mis trabajos; tú mi recreo, mi alegría, mi esperanza; tú me has conservado en mi carrera; en ti he vivido peregrina de mi patria; y tú me has sustentado después que recibí en ti el ser de gracia, por tu cabeza y mía, Cristo Jesús, mi Hijo y mi Señor.
 
En ti están los tesoros y riquezas de sus merecimientos infinitos. Tú eres para sus fieles hijos el tránsito seguro de la tierra prometida y tú les aseguras su peligrosa y difícil peregrinación. Tú eres la señora de las gentes, a quien todos deben reverencia; en ti son joyas ricas de inestimable precio las angustias, los trabajos, las afrentas, los sudores, los tormentos, la cruz, la muerte; todos consagrados con la de mi Señor, tu Padre, tu Maestro y tu cabeza, y reservadas para sus mayores siervos y carísimos amigos.
 
Tú me has adornado y enriquecido con tus preseas para entrar en las bodas del Esposo; tú me has enriquecido y prosperado y regalado, y tienes en ti misma a tu Autor sacramentado. Dichosa madre, Iglesia mía militante, rica estás y abundante de tesoros. En ti tuve siempre todo mi corazón y mis cuidados; pero ya es tiempo de partir y despedirme de tu dulce compañía, para llegar al fin de mi Carrera.
 
Aplícame la eficacia de tantos bienes, báñame copiosamente con el licor sagrado de la sangre del Cordero en ti depositada, y poderosa para santificar a muchos mundos. Yo quisiera a costa de mil vidas hacer tuyas a todas las naciones y generaciones de los mortales, para que gozaran tus tesoros.
 
Iglesia mía, honra y gloria mía, ya te dejo en la vida mortal, mas en la eterna te hallaré gozosa en aquel ser donde se encierra todo. De allá te miraré con cariño y pediré siempre tus aumentos y todos tus aciertos y progresos.

 
eress...TU



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