Friday, October 21, 2016

LAS ULTIMAS COSAS: LOS NOVISIMOS O POSTRIMERIAS DEL HOMBRE - PARTE 6 DE 16

LAS ULTIMAS COSAS:
LOS NOVISIMOS O POSTRIMERIAS DEL HOMBRE
¿CUÁNTAS Y CUÁLES SON?
 
He aquí cómo lo explica Santo Tomás de Aquino:
 
«Los lugares que corresponden a las almas se distinguen según los diversos estados de las mismas. Mientras el alma permanece unida al cuerpo, está en estado de merecer; pero al separarse del cuerpo está en estado de recibir lo que ha merecido, bueno o malo. Y así, si después de la muerte se encuentra en estado de recibir de una manera definitiva la suerte que le corresponde, irá al paraíso, en recompensa del bien, o al infierno, en castigo del pecado mortal actual, o al limbo de los niños, si no tiene otro reato (Resto de pena que queda por cumplir, aun después de perdonado el pecado) de culpa que el pecado original. Pero, si hay algún obstáculo que impida esta sanción definitiva, puede obedecer a dos causas: o al defecto de la misma persona, en cuyo caso va al purgatorio, donde queda retenida hasta que expíe totalmente los pecados cometidos, o al defecto de la sola naturaleza humana, y así los justos del Antiguo Testamento entraban en el limbo de los patriarcas, donde tuvieron que permanecer hasta que Cristo redimió al mundo pagando con su sangre el rescate de la humanidad pecadora (Suplemento, 69, 7).
 
¿DÓNDE ESTÁN?
 
San Agustín: «En qué parte del mundo está situado el infierno, no creo que nadie lo sepa, a no ser que se lo haya revelado el divino Espíritu».
 
San Gregorio Magno: «No me atrevo a definir temerariamente nada sobre este particular».
 
San Juan Crisóstomo: «No preguntemos dónde está el infierno, sino qué hemos de hacer para evitarlo».
 
Santo Tomás: «No creo que el hombre pueda saber dónde está el infierno».
 
Como se ve, todos estos textos se refieren al infierno; pero lo mismo podría decirse de los otros lugares de ultratumba. Sin embargo, pueden hacerse ciertas conjeturas, aunque en sentido un poco antropomórfico. La Sagrada Escritura -acaso por un fenómeno de sincatábasis divina, o adaptación a nuestra manera de hablar- suele colocar la gloria de los bienaventurados en las partes superiores del universo material, y el infierno en las inferiores.
 
Los antiguos, fijándose en este lenguaje escriturístico establecían el siguiente orden descendente:
 
1. Cielo.
2. Tierra.
3. Limbo de los patriarcas.
4. Purgatorio.
5. Limbo de los niños.
6. Infierno de los condenados.
 
He aquí algunos textos de la Sagrada Escritura en que se apoyaban: http://ecatolico.com/la_santa_biblia_catolica.htm
 
Y nadie podía, ni en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra, abrir el libro ni verlo (Apocalipsis 5, 3).
 
Y le rogaban (los demonios) que no les mandase volver al abismo (Lc. 8,31).
 
Pero si, haciendo Yavé algo insólito, abre la tierra su boca y se los traga con todo cuanto es suyo y bajan vivos al abismo, conoceréis que estos hombres han irritado a Yavé. Apenas acabó de decir estas palabras, rompióse el suelo debajo de ellos, abrió la tierra su boca y se los tragó… Vivos se precipitaron en el abismo y los cubrió la tierra (Num. 16,30-33).
 
La Sagrada Escritura nos dice también que Cristo descendió del cielo a la tierra (lo. 6,38.41.51, etc.); descendió de nuestra tierra al infierno o limbo de los patriarcas (Eph. 4,9; I Petr. 3,19) y ascendió de nuestra tierra al cielo (Me. 16,19).
 
Son numerosísimos los pasajes del Antiguo y Nuevo Testamento que aluden al cielo como un lugar al que hay que subir, o al infierno como un lugar inferior al que descienden los pecadores.
 
Es indudable que hay cierta relación de semejanza o analogía entre las alturas llenas de luz, que significan cierta elevación o grandeza -sea del orden que fuere-, y el abismo tenebroso como símbolo del castigo y abatimiento del culpable. El alma justa, que despreció las cosas de la tierra y supo pasar por este mundo con los ojos fijos en el cielo, es razonable que sea exaltada por encima de las estrellas; mientras que el hombre carnal y embrutecido, que vivió exclusivamente para las cosas materiales, sumergido en el fango de sus vicios, parece natural que descienda a un abismo infraterreno, tenebroso y profundo.
 
¿Es el CIELO un lugar? Y si lo es, ¿se sabe dónde está situado?
 
Ninguna de las dos preguntas puede contestarse con certeza en este mundo. La divina revelación nada dice, y la Iglesia nada ha declarado oficialmente.
 
Es evidente que antes de la resurrección del cuerpo puede concebirse perfectamente el cielo como un estado del alma, en el que ha encontrado su plena perfección y felicidad, sin que sea preciso recurrir a un lugar determinado.
 
Y aun después de la resurrección de la carne no es absolutamente necesario que el cielo sea un lugar concreto y determinado. Porque, aunque es cierto que el cuerpo, por muy espiritualizado que esté, continuará siendo material y extenso y tendrá que ocupar, por consiguiente, un determinado lugar, no se sigue de aquí que el cielo sea necesariamente un lugar concreto y común a todos los bienaventurados. En absoluto, cada bienaventurado podría tener su «lugar» y su «cielo» particular, ya que lo esencial del cielo es la visión beatífica, y ésta puede realizarse en cualquier parte donde Dios quiera manifestarse a través del lumen gloriae.
 
Cada uno de los bienaventurados podría ver a Dios en un lugar distinto del de los demás, habitando, por ejemplo, cada uno en una estrella del firmament.
 
¡Vemos a qué tonterías se llega por negar un lugar al Cielo!
 
No podemos seguir estas hipótesis.
 
EL PURGATORIO
 
La tradición cristiana ha concebido el purgatorio como un lugar determinado, como una especie de prisión donde las almas quedarían en cierto modo encadenadas por la justicia vindicativa de Dios.
 
Según el cardenal Billot, la existencia de ese lugar -lo mismo que los del cielo y el infierno- «responde a un sentimiento de los Padres y de los teólogos, del que nadie puede apartarse sin gran temeridad».
 
Santo Tomás de Aquino expone el pensamiento tradicional con mucha reserva y modestia, advirtiendo expresamente que no se trata de una verdad de fe ni plenamente demostrada por la razón teológica.
 
He aquí sus propias palabras:
 
«La Sagrada Escritura nada nos dice sobre el lugar donde está situado el purgatorio, y sobre este punto la razón está desprovista de argumentos decisivos. Sin embargo, es probable, y está más conforme a las declaraciones de los Padres y a muchas revelaciones particulares, que el lugar del purgatorio es doble. Según la ley común, es un lugar inferior, contiguo al infierno, de tal suerte que un mismo fuego atormenta a los condenados y purifica a los justos; pero los condenados están situados en la parte inferior, como corresponde a su situación moral. Por disposición particular de la divina Providencia, algunos difuntos pasan su purgatorio en diversos y determinados lugares, ya sea para instrucción de los vivos, ya para obtener de ellos los sufragios de la Iglesia que alivien sus tormentos.
 
Algunos creen que la ley común y general es que el lugar donde el hombre pecó sea el de su propio purgatorio. Pero esto no parece probable, ya que entonces tendría que recorrer sucesivamente todos los lugares donde pecó y no podría ser purificado de todos sus pecados a la vez.
 
Otros pretenden que, según la ley común, el purgatorio está colocado por encima de nosotros, o sea, entre el cielo y la tierra, como corresponde al estado de esas almas colocadas a medio camino entre la tierra y el cielo. Pero este argumento no prueba nada, porque los habitantes del purgatorio no son castigados por lo que tienen de superior a nosotros, sino por lo que hay en ellos de inferior, o sea, por el pecado». (De purgatorio (Suplemento) a.2.)
 
En definitiva: que nada se puede afirmar con certeza sobre si el cielo es un lugar y dónde está situado en caso de que lo sea.
 
EL LIMBO DE LOS PATRIARCAS Y DE LOS NIÑOS
 
Probablemente el limbo de los niños está situado en un determinado lugar.
 
Es evidente que antes de la resurrección de la carne no se requiere -hablando en absoluto- ningún lugar, pues no lo necesitan las almas, que son puros espíritus; bastaría que el limbo fuera un determinado estado. Pero al juntarse a sus respectivos cuerpos, éstos ocuparán forzosamente un determinado lugar, porque así lo exige la extensión corporal.
 
¿Dónde está situado ese lugar? Nadie sabe nada. Los antiguos creían que estaba junto al infierno, al borde o límite del mismo; de ahí su nombre de limbo.
 
San Alberto Magno coloca el limbo de los niños por debajo del antiguo limbo de los patriarcas, pero en una región superior al infierno de los condenados.
 
Santo Tomás de Aquino distingue ambos limbos en cuanto a la calidad de la recompensa o de la pena que en ellos se recibe, pero no en cuanto al lugar, que «probablemente -dice- se cree que es el mismo», aunque con dos especies de departamentos, de los cuales el superior sería el de los patriarcas y el inferior el de los niños.
 
En resumen: que, aunque parece probable que, al menos después de la resurrección de la carne, el limbo tenga que ser un lugar determinado, nadie absolutamente puede precisar con certeza dónde está situado.
 
eress...TU

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