Wednesday, November 2, 2016

LAS ULTIMAS COSAS: LOS NOVISIMOS O POSTRIMERIAS DEL HOMBRE - PARTE 11 DE 16

LAS ULTIMAS COSAS:
LOS NOVISIMOS O POSTRIMERIAS DEL HOMBRE
EL INFIERNO 
 
Asistamos con la imaginación a aquella escena tremenda, la más trascendental de la historia de la humanidad, que tendrá lugar al fin de los siglos; y oigamos la sentencia de Jesucristo, sentencia de bendición para los buenos: “Venid, benditos de mi Padre, a poseer el reino que está preparado para vosotros”, y sentencia de maldición para los réprobos: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno.”
 
Se trata de dos dogmas importantísimos de nuestra fe: la existencia del Cielo y del Infierno.
 
En primer lugar, debemos enfrentarnos con el tema tremendo, terriblemente trágico, del destino eterno de los réprobos.
 
¿Qué dice el dogma católico sobre la existencia y naturaleza del castigo de los réprobos?
 
Existencia del Infierno 
 
Existe el infierno, al que descienden inmediatamente las almas de los que mueren en pecado mortal. (De fe divina expresamente definida.)
 
ANTIGUO TESTAMENTO
 
¡Ay de las naciones que se levanten contra mi pueblo! El Señor omnipotente los castigará en el día del juicio, dando al fuego y a los gusanos sus carnes, y gemirán de dolor para siempre (Iudith 16, 20).
 
Acuérdate de que la cólera no tarda. Humilla mucho tu alma, porque el castigo del impío será el fuego y el gusano (Eccli. 7, 18-19).
 
Los pecadores de Sión se espantarán, y temblarán los impíos. ¿Quién de nosotros podrá morar en el fuego devorador? ¿Quién habitar en los eternos ardores? (Is. 33, 14).
 
Y al salir verán los cadáveres de los que se rebelaron contra mí, cuyo gusano nunca morirá, y cuyo fuego no se apagará, que serán objeto de horror para toda carne (Is. 66, 24).

Las muchedumbres de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para eterna vida, otros para eterna vergüenza y confusión (Dan. 12, 2).
 
NUEVO TESTAMENTO
 
Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles… E irán al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna (Mt. 25, 41-46).
 
Y murió también el rico y fue sepultado. En el infierno, en medio de los tormentos, levantó sus ojos y vio a Abrahán desde lejos y a Lázaro en su seno y, gritando, dijo: Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que, con la punta del dedo mojada en agua, refresque mi lengua, porque estoy atormentado en estas llamas (Le. 12, 22-24).
 
Si tu mano te escandaliza, córtatela; mejor te será entrar manco en la vida que con ambas manos ir a la gehenna, al fuego inextinguible, donde ni el gusano muere ni el fuego se apaga (Mc. 9, 43-44).

No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que al alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehenna (Mt. 10, 28).

Así será en la consumación del mundo: saldrán los ángeles y separarán a los malos de los justos y los arrojarán al horno de fuego; allí habrá llanto y crujir de dientes (Mt. 13, 49-50).
 
Entonces el rey dijo a sus ministros: Atadle de pies y manos y arrojadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes (Mt. 22, 13).
 
Y a ese siervo inútil echadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y crujir de dientes (Mt. 25, 30).
 
Y todo el que no fue hallado escrito en el libro de la vida fue arrojado en el estanque de fuego (Apoc. 20, 15).
 
EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
 
Símbolo Atanasiano (“Quicumque”): «Y los que obraron bien irán a la vida eterna, y los que mal, al fuego eterno» (Denz. 40).
 
Inocencio III: «La pena del pecado original es la carencia de la visión de Dios, y la del actual es el tormento de la gehenna eterna» (Denz. 410).
 
Concilio II de Lyón: «Las almas de los que mueren en pecado mortal o con sólo el original descienden inmediatamente al infierno, para ser castigadas, sin embargo, con penas desiguales» (Denz. 464).
 
Benedicto XII: «Definimos, además, que, según la común ordenación de Dios, las almas de los que mueren en actual pecado mortal, inmediatamente después de su muerte descienden al infierno, donde son atormentadas con las penas infernales» (Denz. 531).
 
LA RAZÓN TEOLÓGICA
 
Tratándose de una verdad sobrenatural, la existencia del infierno sólo puede ser conocida con certeza por la divina revelación. La razón teológica se limita únicamente a mostrar las armonías y conveniencias de ese dogma con el conjunto de los demás revelados y con los atributos de Dios. Sin embargo, son tan claras y convincentes las razones que postulan la necesidad de un castigo ultraterreno, que incluso la mayoría de las religiones falsas y de los filósofos paganos lo creyeron y enseñaron desde la más remota antigüedad. 
 
La razón principal que puede invocarse para probar la necesidad de los castigos ultraterrenos es la que se toma de la santidad y justicia de Dios.
 
Se ve la necesidad de las sanciones ultraterrenas para castigar los crímenes repugnantes que quedan sin sanción adecuada en este mundo. Porque es un hecho que un número incalculable de crímenes monstruosos logran escapar al control de la justicia humana y quedan impunes acá en la tierra.
 
NATURALEZA DEL INFIERNO
 
El catecismo, ese pequeño librito en el que se contiene un resumen maravilloso de la doctrina católica, nos dice que el Infierno es “el conjunto de todos los males, sin mezcla de bien alguno”.
 
Es la misma frase que pronunciará el día del Juicio final: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno”.
 
En esta fórmula terrible se contiene un maravilloso resumen de toda la teología del Infierno.
 
Porque el Infierno, fundamentalmente, lo constituyen tres cosas y nada más que tres: lo que llamamos en teología pena de daño, lo que llamamos pena de sentido y la eternidad de ambas penas.
 
Esas tres cosas están maravillosamente registradas y resumidas en la frase de Cristo: “Apartaos de Mí, malditos (pena de daño), al fuego (pena de sentido) eterno (eternidad de ambas penas)”.
 
eress...TU

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