Saturday, November 12, 2016

LAS ULTIMAS COSAS: LOS NOVISIMOS O POSTRIMERIAS DEL HOMBRE - PARTE 13 DE 16

LAS ULTIMAS COSAS:
LOS NOVISIMOS O POSTRIMERIAS DEL HOMBRE
 
 
EL INFIERNO 3
 
El hecho, pues, es indiscutible para todo católico.
 
Lo arduo es explicar el modo con que el fuego del infierno atormenta a las almas.
 
Santo Tomás, y con él la mayoría de los teólogos, explica la acción del fuego sobre las almas a modo de aprisionamiento (per modum alligationis) que sujeta y retiene a las almas en un determinado lugar contra la libre inclinación de su voluntad. Esto las atormenta físicamente, y no sólo por mera aprehensión intelectual.
 
Según esta explicación, el fuego del infierno recibe, como instrumento de la justicia divina, la virtud de retener, de encerrar en sí mismo el alma del condenado y mantenerla aplicada a un determinado lugar, encadenándola -por así decirlo- con una barrera infranqueable.
 
El fuego se convierte de este modo en un instrumento físico de tortura para el alma, haciéndole imposible el libre ejercicio de su voluntad e impidiéndole obrar donde quiera y como quiera.
 
Así se explican y justifican perfectamente las expresiones bíblicas que presentan al infierno como una cárcel de las almas.
 
Además del fuego real y corpóreo, la pena de sentido abarca otro conjunto de tormentos infernales. (Sentencia común en teología.)
 
Estos tormentos son:
 
1. El lugar mismo de infierno: La Sagrada Escritura lo presenta como un lugar de tormentos, estanque de fuego, estanque ardiendo con fuego y azufre, camino de fuego, gehenna de fuego, lugar donde el gusano no muere y el fuego no se extingue, tinieblas exteriores, lugar de llanto y crujir de dientes, etc.
 
Estas expresiones muestran bien a las claras que se trata de un lugar lleno de horror, calamidades y miserias.
 
2. La compañía de los demonios y de los demás condenados: En virtud de la degradación indecible, del estado perpetuo de odio, de los suplicios horribles de los habitantes del infierno, su compañía y sociedad continua, eterna, será por sí misma una tortura espantosa.
 
En los condenados estará perpetuamente contrariada esta necesidad de la naturaleza creada que se llama la sociabilidad, fuente acá en la tierra de tantos bienes y alegrías en una sociedad de gente buena y honrada, y de tantos enojos y disgustos en una sociedad odiosa y depravada.
 
3. El tormento de los sentidos corporales internos y externos: Así como de la bienaventuranza del alma redundará en el cielo sobre los cuerpos gloriosos una felicidad inefable, así en los condenados la magnitud de la miseria que albergará el alma refluirá sobre el mismo cuerpo en proporción al grado de su condenación.
 
Los sentidos internos estarán sujetos a imaginaciones y recuerdos más o menos torturantes. Y los sentidos externos experimentarán a su vez la privación de todo cuanto pudiera recrearles. Nada de luz, de armonías, de refrigerios, de suaves olores, de sensaciones suaves, de reposo corporal; sino todo lo contrario, aunque en proporciones muy variadas según los grados de culpabilidad.
 
4. El gusano roedor de la conciencia: Los Santos Padres y los teólogos están todos de acuerdo en que con la expresión el gusano que no muere, que se lee en cuatro pasajes de la Sagrada Escritura, se alude al remordimiento que tortura a los condenados.
 
Pertenece, en parte, a la pena de daño, como dolor de haber perdido a Dios por la propia culpa; y a la pena de sentido, como amargura por el recuerdo del placer pecaminoso, tan fugaz y desordenado, que les mereció el infierno para siempre.
 
«Se llama gusano -explica Santo Tomás- en cuanto procede de la podredumbre del pecado y aflige al alma como el gusano corporal, nacido de la putrefacción, corroe al cadáver».
 
De este gusano nacen la desesperación, el odio y el furor, la blasfemia y maldición de Dios, de los santos, de sí mismos y de todo cuanto pertenece a Dios.
 
5. El llanto y crujir de dientes: Santo Tomás explica cómo los dolores infernales no podrán manifestarse al exterior con lágrimas, ya que, después de la resurrección de la carne, el cuerpo humano no segregará ninguna clase de humor. Por donde las expresiones bíblicas allí habrá llanto y crujir de dientes (Mt. 15,50, etc.) hay que interpretarlas en sentido metafórico. El conjunto de la tradición patrística y teológica ha visto en el crujir de dientes un símbolo de la rabia y desesperación de los condenados.
 
6. Las «tinieblas exteriores»: En realidad, esta expresión, que encontramos repetidas veces en el Evangelio (Mt. 8,12; 22,13; 25,30, etc.), más que a una nueva forma de pena de sentido, alude simbólicamente a la pena de daño o exclusión eterna del festín de la gloria.
 
LA ETERNIDAD
 
Pero lo más espantoso del Infierno es la tercera nota, la tercera característica: su eternidad. El Infierno es eterno.
 
Imaginemos lo que será un tormento y desesperación eternos.
 
La eternidad no tiene nada que ver con el tiempo, no tiene relación alguna con él.
 
En la esfera del tiempo pasarán trillonadas de siglos y la eternidad seguirá intacta, inmóvil, fosilizada en un presente siempre igual.
 
En la eternidad no hay días, ni semanas, ni meses, ni años, ni siglos. Es un instante petrificado, es como un reloj parado, que no transcurrirá jamás, aunque en la esfera del tiempo transcurran millones de siglos.
 
El instante eterno seguirá petrificado.
 
El Infierno es eterno. ¡Lo ha dicho Cristo! Poco importa que los incrédulos se rían. Sus burlas y carcajadas no lograrán cambiar jamás la terrible realidad de las cosas.
 
¿Cómo puede compaginarse esa verdad tan terrible con el amor y la misericordia infinita de Dios, proclamados con tanta claridad e insistencia en las Sagradas Escrituras?
 
Es cierto que en la Sagrada Escritura se proclama clarísimamente la misericordia infinita de Dios; pero con no menor claridad se proclama también el dogma terrible del Infierno.
 
No deja de ser curioso que no nos quepa en la cabeza el dogma terrible del Infierno, y nos quepan, sin dificultad algunas, otras cosas incomparablemente más serias todavía.
 
Nos caben en la cabeza cosas infinitamente más grandes, porque no hacen referencia a castigos y penas personales; y no nos caben otras cosas infinitamente más pequeñas cuando se trata de castigar nuestros propios crímenes y pecados.
 
¿Pero no es Dios infinitamente misericordioso?
 
Precisamente porque Dios es infinitamente misericordioso espera con tanta paciencia que se arrepienta el pecador y le perdona en el acto, apenas inicia un movimiento de retorno y de arrepentimiento. Dios no rechaza jamás, jamás, al pecador contrito y humillado. No se cansa jamás de perdonar al pecador arrepentido, porque es infinitamente misericordioso, precisamente por eso.
 
Pero cuando voluntariamente, obstinadamente, durante su vida y a la hora de la muerte, el pecador rechaza definitivamente a Dios, ¡sería el colmo de la inmoralidad echarle a Dios la culpa de la condenación eterna de ese malvado y perverso pecador!
 
Hay otra objeción que ponen algunos: Está bien que se castigue al culpable; pero como Dios sabe todo lo que va a ocurrir en el futuro, ¿por qué crea a los que sabe que se han de condenar?
 
Esta nueva objeción es absurda e intolerable. No es Dios quien condena al pecador. Es el pecador quien rechaza obstinadamente el perdón que Dios le ofrece generosamente.

Es doctrina católica que Dios quiere sinceramente que todos los hombres se salven. A nadie predestina al Infierno. Ahí está Cristo crucificado para quitarnos toda duda sobre esto. Ahí está delante del crucifijo la Virgen de los Dolores.
 
Dios quiere que todos los hombres se salven; pero, cuando obstinadamente, con toda sangre fría, a sabiendas, se pisotea la Sangre de Cristo y los dolores de María, el colmo del cinismo, el colmo de la inmoralidad sería preguntar por qué Dios ha creado a aquel hombre sabiendo que se iba a condenar. 
 
DESIGUALDAD DE LAS PENAS DEL INFIERNO
 
Al hablar de las penas de daño y de sentido, ya hemos insinuado que la intensidad de las mismas, al menos en la apreciación subjetiva de los condenados, será muy desigual. Esto no puede ser más lógico y racional teniendo en cuenta los distintos grados de su respectiva culpabilidad.
 
Pero vamos a precisar en una conclusión algunos detalles interesantes.
 
Las penas del infierno son muy desiguales según el número y gravedad de los pecados cometidos. (De fe divina expresamente definida.)
 
Es una exigencia elemental de la divina justicia. No sería justo castigar con la misma intensidad a los que pecaron en número y grado muy distintos. Es cierto que las penas del infierno son eternas para todos los condenados, y en este sentido todas son iguales en extensión.
 
Pero la intensidad de las mismas varía infinitamente según el número y calidad de los pecados cometidos. Y así:
 
a) La pena de daño, como mera privación que es, no admite más o menos considerada objetivamente o en sí misma; pero caben distintos grados de apreciación subjetiva, como hemos explicado.
 
b) La pena de sentido admite también grados. Porque, como explica Santo Tomás, el fuego actúa en el infierno como instrumento de la divina justicia y, por lo mismo, con el grado de intensidad que ella le señale.
 
La graduación de los castigos infernales será de tipo genérico, atendiendo a la gravedad del pecado cometido, sea cual fuese la naturaleza específica del mismo, y también específica, castigando de distinta manera las distintas especies de pecados.
 
Es natural que se castigue al soberbio con humillaciones inefables, al avaro con extremada indigencia y al voluptuoso con tormentos contrarios a sus pasados deleites.
 
La pena de sentido restablecerá el orden conculcado por el abuso de las criaturas. Parece natural, pues, que el fuego, instrumento de Dios para castigar esos abusos, atormente en directa relación con ellos.
 
¿Hay que tenerle miedo al infierno? nº21
 
PARA SALVARTE
WEB OFICIAL DEL PADRE JORGE LORING
SACERDOTE JESUITA
 
eress...TU

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