LAS ULTIMAS COSAS:
LOS NOVISIMOS O POSTRIMERIAS DEL HOMBRE
EL PURGATORIO
La Tradición Cristiana
La idea del purgatorio -a base de la necesidad de rogar por los muertos- aparece clarísima y unánime desde los tiempos primitivos en toda la tradición cristiana oriental y occidental. Son tantos y tan claros los testimonios, tan sorprendente la uniformidad absoluta entre todas las iglesias cristianas, que no puede explicarse humanamente sino por el común origen apostólico de esta creencia en las purificaciones de ultratumba.
Tertuliano: «En el día aniversario hacemos oblaciones por los difuntos».
«Hasta el más pequeño delito tendrá que expiar el alma antes de resucitar, sin que esto obste a la plenitud de la resurrección gloriosa con el cuerpo».
San Ambrosio de Milán: «Más que llorar, es necesario ayudarla con oraciones. No la entristezcas con tus lágrimas, sino encomienda más bien a Dios con oblaciones su alma».
San Agustín: «Durante el tiempo que media entre la muerte del hombre y la final resurrección, las almas quedan retenidas en lugares recónditos, según es digna cada una de reposo o de castigo, conforme a lo que hubiere merecido cuando vivía en la carne. Y no se puede negar que las almas de los difuntos reciben alivio por la piedad de sus parientes vivos, cuando por ellas se ofrece el sacrificio del Mediador o cuando se hacen limosnas en la Iglesia».
San Cesareo de Arlés: «Porque, si no damos gracias a Dios en la tribulación ni procuramos redimir los pecados con buenas obras, seremos retenidos en aquel fuego purificador (purgatorio igne), hasta que todos los pecados leves, a modo de madera, heno, paja, queden consumidos. Pero algunos dicen: «No me importa el tiempo que me detenga, con tal de llegar al fin a la vida eterna». Que nadie diga eso, hermanos, porque aquel fuego purificador será más tremendo que cualquier penalidad que se pueda pensar, o ver, o sentir en este mundo».
San Juan Crisóstomo: «Pensemos en procurarles algún alivio del modo que podamos… ¿Cómo? Haciendo oración por ellos y pidiendo a otros que también oren, y dando limosnas… Porque no sin razón fueron establecidas por los apóstoles mismos estas leyes; digo el que, en medio de los venerandos misterios, se haga memoria de los que murieron… Bien sabían ellos que de esto sacan los difuntos grande provecho y utilidad. Porque ¿cómo no aplacaremos a Dios orando por ellos en aquel solemne momento, cuando todo el pueblo está con las manos levantadas al cielo junto con todo el clero -el sacerdocio todo- y está delante aquella soberana Víctima que infunde pavor?»
San Isidoro de Sevilla: «Ofrecer el sacrificio por el descanso de los difuntos, rogar por ellos, es una costumbre observada en el mundo entero. Por esto creemos que se trata de una costumbre enseñada por los mismos apóstoles. En efecto, la Iglesia católica la observa en todas partes; y si ella no creyera que se les perdonan los pecados a los fieles difuntos, no haría limosnas por sus almas ni ofrecería por ellas el sacrificio a Dios».
Si a los textos de los Santos Padres añadimos el argumento litúrgico sacado de las oraciones en favor de los difuntos que se leen en las liturgias hierosolimitana, romana, alejandrina, etiópica y milanense desde los tiempos primitivos; y los epitafios y demás inscripciones funerarias en las Catacumbas, en las que se alude con frecuencia a las purificaciones del más allá, hay que concluir que la prueba de tradición en torno a la existencia del purgatorio es una de las más firmes y seguras de toda la teología católica.
La Razón Teológica
«De los principios que hemos expuesto más arriba puede deducirse fácilmente la existencia del purgatorio. Porque, si es verdad que la contrición borra los pecados, no quita del todo el reato de pena que por ellos se debe; ni tampoco se perdonan siempre los pecados veniales aunque desaparezcan los mortales. Ahora bien: la justicia de Dios exige que una pena proporcionada restablezca el orden perturbado por el pecado. Luego hay que concluir que todo aquel que muera contrito y absuelto de sus pecados, pero sin haber satisfecho plenamente por ellos a la divina justicia, debe ser castigado en la otra vida. Negar el purgatorio es, pues, blasfemar contra la justicia divina. Es, pues, un error, y un error contra la fe. Por eso San Gregorio Niseno añade a las palabras citadas más arriba: «Nosotros lo afirmamos y creemos como una verdad dogmática». Y la misma Iglesia universal manifiesta su fe en él por las oraciones que hace por sus difuntos «a fin de que sean liberados de sus pecados»; lo cual no puede entenderse sino de los que están en el purgatorio. Ahora bien: el que resiste a la autoridad de la Iglesia incurre en el pecado de herejía». (De purgatorio (Suplemento.), a.1).
«Sin embargo, se ha de tener en cuenta que, por parte de los buenos, puede haber algún impedimento para que sus almas no reciban, una vez libradas del cuerpo, el último premio, consistente en la visión de Dios. Efectivamente, la criatura racional no puede ser elevada a dicha visión si no está totalmente purificada, pues tal visión excede toda la capacidad natural de la criatura. Por eso se dice de la Sabiduría que nada manchado hay en ella (Sap. 7, 25); y en Isaías se dice: Nada impuro pasará por ella (Is. 35, 8). Y sabemos que el alma se mancha por el pecado al unirse desordenadamente a las cosas inferiores; de cuya mancha se purifica en realidad en esta vida mediante la penitencia y los otros sacramentos, como se dijo antes. Pero a veces acontece que tal purificación no se realiza totalmente en esta vida, permaneciendo el hombre deudor de la pena, ya por alguna negligencia u ocupación o también porque es sorprendido por la muerte. Mas no por esto merece ser excluido totalmente del premio, porque pueden darse tales cosas sin pecado mortal, que es lo único que quita la caridad, a la cual se debe el premio de la vida eterna, como se ve por lo dicho en el libro tercero. Luego es preciso que sean purgadas después de esta vida antes de alcanzar el premio final. Pero esta purificación se hace por medio de penas, tal como se hubiera realizado también en esta vida por las penas satisfactorias. De lo contrario, estarían en mejor condición los negligentes que los solícitos si no sufrieran en la otra vida la pena que por los pecados no cumplieron en ésta. Por consiguiente, las almas de los buenos que tienen algo que purificar en este mundo, son detenidas en la consecución del premio hasta que sufran las penas satisfactorias. Y ésta es la razón por la cual afirmamos la existencia del purgatorio, refrendada por el dicho del Apóstol: Si la obra de alguno se quemare, será perdida; y él será salvo, pero como quien pasa por el fuego (I Cor 3,15). A esto obedece también la costumbre de la Iglesia universal, que reza por los difuntos, cuya oración sería inútil si no se afirmara la existencia del purgatorio después de la muerte; porque la Iglesia no ruega por quienes están en el término del bien o del mal, sino por quienes no han llegado todavía» (Contra Gentes, IV, 91)
NATURALEZA DEL PURGATORIO
«En el purgatorio -escribe Santo Tomás- hay una doble pena: una de daño, en cuanto que se les retrasa la visión de Dios; y otra de sentido, en cuanto son castigados con fuego corporal. Y son ambas tan intensas, que la pena mínima del purgatorio excede a la mayor de esta vida» (De purgatorio (Suplemento) a.3).
A) La pena de dilación de la Gloria
Propiamente hablando, sólo en el infierno se da una verdadera pena de daño, ya que ella es el castigo ultraterreno a la aversión actual de Dios, que no se da en las almas del purgatorio.
El gran teólogo cardenal Cayetano prueba que no hay en el purgatorio verdadera pena de daño. Su razonamiento es el siguiente:
En el purgatorio se expían únicamente los pecados veniales (perdonados o no antes de morir) y los pecados mortales ya perdonados antes de la muerte. Por otra parte, la pena de daño corresponde al pecado por la aversión a Dios realizada por el pecador al cometerlo, y la pena de sentido corresponde al goce ilícito de las cosas creadas. Ahora bien: por los pecados veniales no se debe a nadie pena de daño, ya que el hombre no se aparta por ellos de Dios como último fin, sino tan sólo se desvía un poco del recto camino, pero conservando su tendencia principal a Dios. Y a los pecados mortales ya perdonados tampoco corresponde la pena de daño, ya que la aversión a Dios que hubo cuando fueron cometidos fue rectificada por el pecador al arrepentirse de ellos y volverse nuevamente a Él. Luego en el purgatorio no se da verdadera pena de daño por ninguna clase de pecados.
Toda la tradición católica está de acuerdo en que se trata de una pena intensísima, humanamente imposible de describir.
Cuán grande sea este dolor, podemos conjeturarlo por cuatro consideraciones.
En primer lugar se ven privadas de un tan gran bien precisamente en el momento en que hubieran debido gozarlo. Ellas comprenden la inmensidad de este bien con una fuerza que iguala únicamente a su ardiente deseo de poseerlo.
En segundo lugar advierten claramente que han sido privadas de ese bien por su propia culpa.
En tercer lugar deploran la negligencia que les impidió satisfacer por aquellas culpas cuando hubieran podido hacerlo fácilmente, mientras que ahora se ven constreñidas a sufrir grandes dolores; y este contraste aumenta considerablemente la acerbidad de su dolor.
Finalmente, se dan perfecta cuenta de qué tesoros inmensos de bienes eternos, de qué grados de gloria celestial tan fácilmente accesibles les ha privado su culpable negligencia durante su vida terrestre.
Y todo esto, aprehendido con conciencia vivísima, excita en ellas un vehementísimo dolor, como acá en la tierra lo experimentamos también de algún modo en las cosas humanas cuando se juntan y reúnen esas cuatro circunstancias.
B) La pena de sentido
La tradición católica está perfectamente de acuerdo en que las almas del purgatorio, además de la pena de dilación de la gloria en la forma que acabamos de exponer, sufren una especie de pena de sentido en castigo de los goces ilícitos de los bienes creados que se permitieron durante su permanencia en el cuerpo mortal.
En el purgatorio tiene que haber, por consiguiente, una pena de sentido, con mayor razón todavía que una pena de daño.
La tradición de los Padres latinos es casi unánime en favor del fuego real y corpóreo, en todo semejante al del infierno. Lo mismo opinan casi todos los teólogos escolásticos antiguos y modernos. Santo Tomás de Aquino identifica realmente ambos fuegos al colocar el purgatorio junto al infierno, de tal suerte que un mismo fuego atormentaría a los condenados y purificaría a los habitantes del purgatorio, cf. De purgatorio (Suplemento) a.2.
San Agustín explica hermosamente cómo una misma causa puede producir contrarios efectos según los sujetos sobre quienes recaiga: «Porque, así como con un mismo fuego resplandece el oro y la paja humea, y con un mismo trillo se quebranta la arista y el grano se limpia, y, aunque se expriman en una misma prensa el aceite y el alpechín, no por eso se confunden entre sí, así también una misma adversidad prueba, purifica y afina a los buenos, y reprueba, destruye y aniquila a los malos. Por consiguiente, en una misma calamidad, los pecadores abominan y blasfeman de Dios, y los justos le glorifican y piden misericordia; consistiendo la diferencia de tan varios sentimientos no en la calidad del mal que se padece, sino en la de las personas que lo sufren; porque, movidos de un mismo modo, exhala el cieno un hedor insufrible, y el ungüento precioso una fragancia suavísima» (De Civitate Dei, l I c.8 n.2)
Queda por determinar cómo un fuego material y corpóreo pueda atormentar a un alma espiritual. Todo se explica fácilmente si consideramos que ese fuego material es un instrumento de Dios para purificar al alma, y Dios puede muy bien utilizar un instrumento corporal para producir un efecto espiritual y aun sobrenatural; como ocurre, por ejemplo, con el agua del bautismo, que produce en el alma del bautizado nada menos que la gracia santificante.
El fuego obra sobre el alma, no por propia virtud, sino como instrumento de la justicia divina, del mismo modo que el agua bautismal produce, bajo la influencia de Dios, la gracia en nuestra alma. Si no se ha estado bien dispuesto a recibir los instrumentos de la misericordia divina, habrá que sufrir de parte de los instrumentos de su justicia. Este modo de obrar del fuego es misterioso; tiene por efecto, según Santo Tomás, ligar en cierto modo al alma, es decir, impedirle obrar como ella quisiera y donde quisiera, y le inflige de este modo la humillación de depender de una criatura material. Sufrimiento que no deja de tener analogía con el que experimenta una persona paralítica, que no puede hacer los movimientos que quisiera.
¿Conformarnos con el purgatorio? ¡No!…estamos hechos para el cielo
En entrevista, el padre Ramiro Rochín, prefecto de estudios de Teología en el Seminario y director del Instituto Diocesano de Teología, nos explica algunos conceptos relativos al Purgatorio.
Siempre hay que aspirar al cielo. En esa radicalidad que Dios espera de nosotros. El pensar en el cielo nos impulsa a dar nuestro máximo esfuerzo. Se dice que quien llegó al purgatorio “ya la hizo”, en términos populares, porque todo el que llega al purgatorio, el tiempo que esté ahí, los sufrimientos que necesite para purificarse, eventualmente va a llegar al cielo.
Nuestro destino final son dos: el cielo o el infierno. El purgatorio sería un anticipo al cielo. ¿Conformarnos para el purgatorio?, ¡no!… estamos hechos para el cielo, nuestro hogar definitivo será el cielo.
El purgatorio
Muchas almas a la hora de la muerte tienen manchas de pecado, es decir merecen castigo temporal por pecados mortales o veniales, ya perdonados en cuanto a la culpa. La Iglesia entiende por purgatorio el estado o condición en que los fieles difuntos están sometidos a purificación.
Las almas de los justos son aquellas que en el momento de separarse del cuerpo, por la muerte, se hallan en estado de gracia santificante y por eso pueden entrar en la Gloria. El juicio particular les fue favorable pero necesitan quedar plenamente limpias para poder ver a Dios "cara a cara".
El tiempo que un alma dure en el purgatorio será hasta que esté libre de toda culpa y castigo. Inmediatamente terminada esta purificación el alma va al cielo. El purgatorio no continuará después del juicio final.
Visiones de Santa Brígida sobre el Purgatorio
Yo soy la Reina del cielo, dice la Virgen a la Santa; yo soy Madre de la misericordia; yo soy la alegría de los justos y la intercesora de los pecadores para con Dios. En el fuego del purgatorio no hay pena alguna que por mí no se haga más suave y llevadera de lo que de otro modo sería; tampoco hay ningún mortal tan desventurado, que mientras vive, carezca de mi misericordia, pues por mi causa, tientan los demonios menos de lo que en otro caso tentarían; ni hay ninguno tan apartado de Dios, a no ser que del todo estuviere maldito, que si me invocare, no vuelva a Dios y no alcance misericordia.
Revelaciones sobre el Purgatorio
Lo único que hace un alma cuando está en el Purgatorio es amar, pensar, arrepentirse a la luz del Amor que esas llamas han encendido para ellas, que ya son Dios, pero que, para su castigo, le esconden a Dios.
eress...TU
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